lunes, marzo 10, 2014
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SÓLO CINCUENTA AÑOS. 

ROMPIENDO AMARRAS 


Aunque ya nos habíamos despojado del sombrero de tres picos...
con el que por orden del Conde de Aranda estábamos obligados a tocarnos los farmacéuticos, en atención a nuestro “distinguido empleo”, es lo cierto que de aquello hace muchísimo tiempo, nada menos que medio siglo; cincuenta años, aunque al recordarlo me parezca imposible que no fuese, como mucho, hace tres o cuatro. Me veo subiendo las escaleras del entresuelo que en la calle San Cristóbal ocupaba el Colegio de Farmacéuticos de Murcia. Acababa de trasladarse a allí desde el edificio en el que el Centro Farmacéutico, frente a la Catedral y el Instituto, tenía el almacén en la planta baja, con fachadas a Eulogio Soriano y la iglesia de San Juan. Era Presidente Enrique Ayuso que tenía la farmacia en enfrente de la nueva ubicación colegial en la prolongación de la Platería. Subíamos juntos Manolo Aguilera, al que acababa de conocer en aquella escalera, y yo. Íbamos a colegiarnos y teníamos prisa en activar el papeleo porque teníamos que incorporamos a las Milicias Universitarias a hacer las Prácticas con las que poníamos fin a nuestro compromiso con el Ejército.

Dejaba atrás mis años de estudiante, Fonseca y la Facultad de Granada y mis entrañables amigos Antonio Peleteiro Valera, Ricardo Rico, José Antonio Nevares, Santiago Piñeiro Esparza, Pedro Ávila Galán, Francisco Matéos Aparicio Lara, Jesús Arístegui, José Luis González Balsera, Paco Zaballa Gorordo, José Mari Urquizu, Evelio García Reillo y tantos más cuyos nombres se han perdido en mi memoria. Había quedado atrás, cómo se lamentaba en “La casa de la Troya” Casimiro Barcala, la envidiable vida de estudiante que nunca ya podríamos recuperar.



…Pero no hace unos pocos años, ¡ha transcurrido medio siglo!



Volvía a una Murcia que me parecía aún más pueblerina que cuando la dejé. La Gran Vía a medio abrir y detenidas sus obras por la falta de acuerdo con un cantero que mantenía en la mitad de lo que después sería avenida, una gran mole de granito y otras piedras menores que esparcidas dificultaban el tránsito de los pocos automóviles que se atrevían a circular. Al fondo se veía el Sanatorio de los Doctores Clavel y Pérez Villanueva, (donde ahora está el edificio Vitalicio) y al que los peatones llegaban a través de carriles de huerta bordeando acequias.


José Antonio Caride de Liñán.

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