miércoles, diciembre 18, 2013
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UNA SOFLAMA A LA REINA

Cuando nadie imaginaba que pudiese inventarse un artilugio tan sofisticado y quizá perverso como el aparato de la televisión y el mismo cine solo existía en la mente de los hermanos Lumiere, las tertulias eran uno de los pocos medios de conocer o comentar las noticias que traían los periódicos, siempre atrasadas, y casi siempre incompletas. Los salones de los casinos cumplían a la perfección, pero había desde antiguo otros lugares de los que no solo se tiene memoria, sino que de ellos sabemos que salieron acuerdos, proyectos o decisiones trascendentales para las localidades en las que estaban ubicadas. Eran bastante selectivas pues en ellas nunca había más de cuatro o seis personas; el local no permitía más afluencia y allí, entre partida de julepe o tute, se hablaba de todo lo humano y lo divino. Allí no faltaba el médico, algún poeta, el cura, el sargento de la guardia civil (si era en un pueblo) o el coronel del regimiento si era den una capital, quizá el alcalde o algún concejal y el maestro y desde luego el anfitrión: el boticario que tenía que abandonarla cada vez que un cliente venía a por una fórmula magistral o un frasquito de bergamota para preparar los cordiales.





Parece que de las reboticas de Murcia salieron la idea del desfile del Entierro de la Sardina, el plan y ejecución del jardín de la Plaza de Santo Domingo, y el proyecto del monumento erigido en la plaza de Santa Eulalia a nuestro egregio escultor Salzillo.

Se dice que en las reboticas se redactaron los primeros bandos panochos como burla al hablar de los huertanos, tomando de él algunas palabras y giros e inventando otros que quizá jamás se usaron.

Lo que sí está probado es el lugar en el que Don Joaquín López redactó la soflama que dirigió a S. M. Isabel II con motivo de su estancia en Murcia en 1862: la farmacia de San Antolín de Don Miguel Rubio Arróniz. Según un ameno y documentado artículo publicado en la revista “Cangilón” de nuestro Museo de la Huerta por Don Ricardo Montes de esa farmacia, que estaba en la calle Vidrieros, eran habituales contertulios, demás de los citados, el cura Don Miguel Ortega y el médico Don Juan Antonio Serrano Hernández.

A continuación escribo la soflama:

“Señora: Acomisionao por los partíos de la güerta de Murcia, pa dicille a güestra magestá las despresiones que soflaman nuestro corazón, quisía tener en mi boca un sarterio y que del Ampíreo bajaran las palabras engüertas en sabenas de gloria, pa dalles tuiquio aquel que se merecen. Pero soy un probe sin destrución, que no ha cursao la lletras, y ansí a mi moo le diré to lo que se arremaneja en mi pecho.
Al saber que güestra magestá nos iba a vesitar, la güera de Murcia, que la quiere dista el güeso, determinó ofrecelle esta probeza, como prueba el afleuto que tenemos a güestra magestá y sus zagales. Bien pué güestra magestá recibillo con orbullo que ni el cordero topa ni las floreciquias punchan, y al acetallo como la despresión der cariño de una tierra tan hermosa, guarde güestra magestá premaniente lo que voy a decille por remate.
Si anguna vez, ¡Dios no lo premita! güestra magestá se ve afligía por las similitudes der tiempo, acuérdese de los hijos de la güerta de Murcia, que se quean con la estatua de su persona dentro del pecho, y no dude que la sacarán de cualquier gallomatías u aflicción en que se meta, aunque pa ello juera mester matar dista Solofernes y tuiquia la morisma; pues sa menester que sepa güestra Magestá, que, al nombre de güesta magestá y de la Virgen de la Fuensanta, dista los montes se levantan y hacen juebo.
He arrematao”
No sabemos si cuando unos pocos años después, y tras el levantamiento de “La Gloriosa”, la reina fue depuesta, recordó del discurso panocho que el propio Joaquín López leyó a la reina en una barraca que se improvisó junto al eremitorio de la Virgen de la Fuensanta. 


José Antonio Caride de Liñán.

Editado por: La Redacción.

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