CAPÍTULO I
EVOLUCIÓN
DE LA FARMACIA
Y
LA
BOTICA DEL MUSEO DE LA HUERTA
En cuatro artículos vamos a adentrarnos en la historia de la Farmacia y de la Botica del Museo de la Huerta.
No
espere encontrar el visitante de la sala que el Museo
Etnológico del Museo de la Huerta de Alcantarilla dedica a
la farmacia, una instalación que recuerde a alguna de aquellas
maravillosas boticas que están esparcidas por toda la geografía
patria: Cruceiro en Betanzos, la del Globo en Madrid, la de
Llardecans en Barcelona, la del Hospital de San Juan Bautista
de Astorga, la de San Juan Tavera en Toledo, la Botica de Valldemosa
en Mallorca o en Madrid la de Maeso o la de la Reina Madre. No
intenta nuestro Museo emular a las que aquí en Murcia tenemos muy
hermosas: en Lorca la de Sala Just que ahora ocupa un lugar
destacado en el Palacio de Guevara de la Ciudad del Sol o en Murcia
la de la antigua saga farmacéutica de los Ruiz Seiquer, además de las de Ricardo Tomás en Yecla, la de Prudencio
Rosique en Calasparra, la de Pascuala María Pérez de
Fortuna, la de José García Serrano en Lorca y tantas y
tantas, algunas ya desgraciadamente desaparecidas. El homenaje que se pretende
no es a la arquitectura o a la decoración, sino al material técnico
que la integra, a los medicamentos confeccionados en el inicio de la
industria farmacéutica y a los productos galénicos con los que se
hacían las fórmulas magistrales, algunas de las cuales, en nuestros
días, mantienen la actualidad de sus cualidades terapéuticas, y,
por supuesto, a los profesionales que los usaron para
confeccionarlas, “según arte”, empleando sus morteros o sus
alambiques: los farmacéuticos. Se acompaña, como veremos en su momento, de una amplia biblioteca, una buena colección de revistas especializadas y material diverso de uso frecuente en las farmacias de finales del siglo XIX. Queremos mostrar la época en la que
se inicia el declive del trabajo de rebotica y nace la industria
farmacéutica.
Don José Sala Yust en su farmacia. |
La
historia de la farmacia se remonta al principio de los siglos, pues
la lucha contra el dolor y la enfermedad es congénita a la
humanidad. No es pués de extrañar que la magia intentase resolver
lo que más tarde consiguió el empirismo catalizado por la
imaginación. Porque pasados los siglos o quizá con la experiencia
de muchos miles de años, se fueron observando las consecuencias de
ingerir algunos vegetales o minerales. Ya en Mesopotamia los
hechiceros utilizaron nada menos que 250 plantas, 120 minerales y
abundantes productos animales para intentar curar o aliviar… Incluso se atrevieron a usar la cirugía. En tiempos de Hammurabi
(XXI s. a. De C.) en la ciudad de Sippara los vendedores de drogas
tenían sus puestos separados de los restantes vendedores cual
auténticos boticarios cuasi antidiluvianos.
Cada
civilización fue componiendo su propia farmacia, la mayoría de las
veces con tan escasa interrelación o influencia entre ellas, cuanto más
antiguas fueran, por las casi insalvables distancias físicas y
cronológicas y la inexistencia de métodos de propagar los
conocimientos adquiridos. En la mayoría de los casos la extinción
de cada civilización suponía la perdida de sus logros terapéuticos.
De
la civilización de Egipto, por el papiro de Ebers sabemos que conoce
las aplicaciones de más de setecientas sustancias simples o mixtas
preparadas por especialistas, en una época caracterizada por el
mejor conocimiento de la anatomía (gracias a los embalsamamientos)
que les permitió la práctica de la trepanación, aunque solo Dios
sabe con qué resultado.
A
la antigua medicina china debemos el inicio de la dietética, el
masaje y la acupuntura para restablecer el equilibrio funcional, sin
olvidar que manejaban nada menos que 2.000 simples, sobre todo de
origen vegetal. Además, asombrósamente usaron la variolización por
ingestión de pústulas, practicando una especie de vacunación con
muchos siglos de adelanto.
En
la farmacia de la civilización griega aparecen los “rhizotomoi”,
especialistas en plantas medicinales y los “fhamacopoli”
que vendían otras substancias medicamentosas. Pero la medicina, y
por ende la farmacia, estaba fuertemente implicada en la filosofía y
las mismas matemáticas. Sin conocer la naturaleza del hombre les
parecía imposible atajar sus problemas, incluidos los de salud. La
mayoría de los filósofos fueron avanzando en sus teorías y de un
modo paralelo propagando los conocimientos sobre la farmacia y la
medicina. Empédocles (el de los cuatro elementos) Demócrito
(el de la teoría del átomo) Heráclito (el de todo fluye,
todo pasa, “panta rei”) Pitágoras (que defendía que la
salud es armonía y afirmaba algo tan moderno como el que había que
tratar a los enfermos y no a las enfermedades) todos ellos, influyeron
de una u otra manera en la evolución de la farmacomedicina.
Platón desde su Academia y Aristóteles desde su liceo, formaron a los primeros que pueden considerarse médicos: Diocles,
Teofrasto y Estrabón.
Mención
especial merece Hipócrates autor de los famosos 53 escritos
del llamado “Corpus Hipocrático” con su conocido
juramento, y que en la actualidad punto de ser considerado obsoleto, ya que ahora se pretende obligar a los profesionales a actuar contra su prístina esencia con la eliminación médica
de nonatos y viejos incordiantes.
Aunque
sea difícil distinguir entre las profesiones de médicos y
farmacéuticos, para muchos el primer farmacéutico sería Galeno.
Utilizaba de una manera muy racional una serie de productos; por
ejemplo, diversos purgantes entre ellos, una mezcla de miel y agua o
también, aceite con sal o, como no, el aceite de ricino que algunos
de nosotros hemos sufrido. Como evacuantes de bilis amarilla usaba
escamonea y para la bilis negra, tomillo. Contra vómitos, el enebro
y el queso; las castañas o los huesos calcinados como astringentes.
Y todo ello utilizando formas farmacéuticas ya actuales:
cocimientos, tisanas, polvos, infusiones, comprimidos, linimentos, emplastos e incluso pastillas y supositorios, sirviéndose ya
ciertos coadyuvantes y excipientes para aplicación de los principios
activos.
En
Roma, la ocupación farmacéutica estaba ejercida por los
“Pigmentarii” y los “Ungüentarii” pero sobre
todo por los “Seplasiarii” que se concentraban en la Vía
Seplasia de Capri y que vendían también famosos perfumes.
Después
de unos siglos de estancamiento, si no de retroceso, los siguientes
pasos positivos se conocen gracias a la síntesis que el Islam supo
hacer de cuantos países conquistaron y su "hallazgo" de Dioscórides
al que tanto partido sacaron. Consideraron a la Farmacia como a una
de las más nobles, artes sacando a los herboristas de las calles e
introduciéndolos en locales, en los que comenzaban a verse envases
esmaltados para medicamentos como anticipo de los famosos
“albarelos”. Crearon academias anejas a las mezquitas en diversos
lugares desde Bagdad y Samarcanda, y en España en Córdoba, Sevilla, Toledo y
Murcia.
Avicena
y Averroes son los máximos exponentes de la medicina
islámica, introductora en Europa de la alquimia que habían
descubierto en Alejandría. El principal boticario en la España
islámica pudo ser Ibm al Baytar que superando el anónimo
“Herbárium Apuleii” que solo comprendía 129 remedios, y
que provenía del s. IV, estudió a fondo la flora peninsular
llegando a conocer afondo 1.400 especies de las que describió su
morfología y aplicaciones terapéuticas.
La
primera vez que aparece en España la palabra boticario en una
determinación de San Fernando en 1217 dictada a favor del Concejo de
la ciudad de Burgos.
La
farmacia durante la Edad Media en el mundo cristiano, era
desarrollada preferentemente como conventual, atendiendo a peregrinos
y menesterosos, animados por el ejemplo de San Alberto Magno,
que tanto estudió la botánica y que, al colaborar en el
descubrimiento del arsénico, participó activamente en el desarrollo
de la farmacia.
Sería
injusto que no agradeciéramos a los frailes descubrimientos
tangenciales tan agradables como el “chartreusse” que debemos a
los cartujos y a los Carmelitas Descalzos el “agua del
carmen” o de melisa. Pero desde la aparición del boticario
“seglar” que va separándose paulatinamente del médico,
siempre se consideró al fraile como un competidor intruso. Los
abundantes pleitos de los boticarios con los drogueros con las potentes Comunidades
Religiosas duraron hasta el s. XVIII. Por eso es de agradecer las
características que atribuía Saladito de Ascolo al
boticario: “no ha de ser muchacho ni muy mancebo, ni soberbio,
ni pomposo, ni dado a mujeres y vanidades…; sea ajeno del vino y
del juego, sea templado, no entienda de beberes, no acostumbre
convites, sea estudioso y solícito, manso y honesto, tema a Dios y a
su conciencia, sea derecho, justo, piadoso, mayormente a los pobres,
sea también sabio experimentado en su arte, no mancebillo rudo,
porque ha de tratar de la vida de los hombres, que es más preciada
que todos los haberes del mundo. No sea codicioso ni avariento, ni
extremo amador de los dineros…ni menos venda las cosas más caras
del justo precio, porque mejor es que gane poco justamente que mucho
con maldición; sea también fiel, maduro, grave y de buena
conciencia… que ni por amor, ni por temor ni por precio tenga
osadía de hacer cosa contra su conciencia o contra la honra del
médico; conviene a saber: que no de a ninguna mujer preñada
medicinas que le provoquen aborto...” y así continuaba una
interminable retahíla de consejos y condiciones, la mayoría de las
cuales poco servían para identificar a los frailes de
la época, y menos cuando añadía que: “cuando el
boticario es mancebo se debía casar, porque si así lo hiciere, domar
sea su juventud, y así sería quieto y manso y honesto, trabajará
siempre en su arte y aún deleitarse ha en ella”. Ahora bien,
era imprescindible tener limpieza de sangre y ser hijos
legítimos, al menos en segunda generación, si era por parte de padre
y en primera por parte de madre. ¿Alguien les podría tachar de
feministas?
En
Aragón estaban bastante regulados los oficios sanitarios desde el
reinado de Alfonso III con la creación de los Alcaldes
Examinadores, aunque ya Castilla se había anticipado con las
disposiciones de Alfonso X El Sabio. Pero no fue, como en
tantas cosas, hasta los Reyes Católicos cuando se empezó a
legislar seriamente sobre el particular, con la definición y
creación del “Real Tribunal del Protomedicato” en 1477 y que
habría de perdurar hasta los inicios del s. XIX. Se trataba de un
organismo para vigilar, comprobar y castigar en su caso a los
sanitarios, ya separados en médicos, cirujanos (barberos incluidos)
y boticarios. Tenía además la facultad de dar la autorización, a
través de los exámenes que hacían los Alcaldes Examinadores para
trabajar en el oficio, otorgándoles el permiso correspondiente:
“licentia operandi”.
En
Murcia el ejercicio de la farmacia estaba en manos de judíos y
moros, como en todo el sur de España, que se mantuvieron después
del reinado de Alfonso X que la conquistó. Cuando se prohibió
que los cristianos fueran atendidos por esos boticarios, como tiempo
después sucedió con la expulsión de los moriscos, nuestra región se resistió cuanto pudo en cumplir la orden. La verdad es que los boticarios judíos
y moros tenían un indudable prestigio y los cristianos escaso y poca
experiencia. Tanto es así que en tiempos de los Reyes Católicos
el único boticario cristiano en Murcia era Alonso Yánez que
realmente era un converso como consecuencia de las predicaciones de San Vicente Ferrer, siendo su antiguo nombre Izag Cohen. Así que cuando se dictó la orden de
expulsión de los judíos, hasta el último momento se
mantuvo a Abel Rabí, no solo dispensando desde su prestigiosa
botica de la Plaza de Santa Catalina, sino examinando a los
boticarios que habían de quedar en la ciudad, sustituyendo a los que
eran expulsados. Sabemos que los nuevos tenían que saber
latín, tener más de 24 años y haber estado trabajando, al menos
cuatro años, con un boticario acreditado.
José Antonio Caride de Liñán.
Editado por: La Redacción.
Gracias por tu formación e información.
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