LAS FIESTAS 2014
El pistoletazo de salida de cualquier fiesta es la lectura de el pregón de las mismas. El pasado viernes dos de mayo de dos mil catorce a las ocho y media de la noche, en el salón de actos del Infanta Elena, tuvo lugar el pregón de las Fiestas de Alcantarilla 2014.
El acto estuvo presidido por el Alcalde de Alcantarilla, el Consiliario y la presidenta de la Hermandad de la Virgen de la Salud, patrona de Alcantarilla y José Antonio Caride de Liñán pregonero de las Fiestas.
Y este fue el pregón:
PREGÓN DE LA VIRGEN DE LA SALUD
Señor
Alcalde-Presidente, dignísimas autoridades, Señor Consiliario de la
Hermandad, Señora Presidenta y demás miembros de la Junta Directiva
de la Hermandad de la Virgen de la Salud, Hermanos y amigos.
Cuando los
obispos españoles que permanecían en Roma se despidieron de
nuestro querido pontífice recibieron de él la recomendación de
divertirse: “espero que se diviertan”, dijo. Ese consejo que nos
parece hasta descabellado para personas que van a reunirse en
Cónclave, hubiese sido lo último que se me hubiese ocurrido de ser
yo el Papa, cosa que desde luego reconozco bastante improbable. La
frase del Pontífice demuestra la nueva mirada con la que tenemos
contemplar la Iglesia eterna. ¿De donde parte que la religión
triste?. ¿Cómo puede serlo cuando es consuelo y promesa de eterna
felicidad? Ahora que estamos empezando la celebración de las fiestas
de nuestra patrona en este mes de mayo, que como todos se nos anuncia
como explosión de primavera, un mar de perfumes, colores y luz, no
os extrañará que yo proponga también diversión para todos. ¡Sí!
Pueden ser unas fiestas verdaderamente alegres. Porque ¿Qué mayor
alegría puede haber que contemplar a unos hijos con su madre?
Imaginad: los que habéis tenido la desgracia de perder a la vuestra,
que, milagrosamente, Dios os da la oportunidad de reuniros una nueva
vez con ella. ¡Qué alegría!, ¿verdad? ¡Como os desharíais en
piropos y caricias! Este es nuestro caso. Estamos aquí con nuestra
Madre, María, la Santísima Virgen de la Salud, representada en
nuestro estandarte, para honrarla, para agradecerle tantas gracias
que por su medio se nos han concedido, para hacerle decididas
promesas de vivir tal como ella desea que lo hagan sus hijos. Es la
Madre que estando Jesucristo en la Cruz nos asignó, haciéndonos así
sus hermanos, cuando, dirigiéndose a su apóstol preferido se la
mostró y le dijo: “He ahí a tu madre” . ¡Gracias, Señor por
concedernos ese inmenso e inmerecido favor! ¡Gracias María por
aceptarnos!
Lo que no
puedo garantizar es que la diversión empiece durante este pregón.
Tiempo tendremos después, cuando termine el ladrillo que se os
avecina.
Pero no
adelantemos acontecimientos. Quizá queráis saber porque estoy yo
aquí; justificación en la que me esforzaré a ver si cuala.
Cuando mi
amiga Rosa,
seguramente para ayudarme a digerir el pasmo, me indicó el propósito
de la Junta de proponerme como Pregonero, le adelanté que no pesaba
aceptar, porque jamás me había visto en éstas, y realmente, no
creía que pudiese hacerlo con un mínimo de la categoría que el
acto merece, sobre todo sabiendo quienes me habían precedido. Me
ofrecí, eso sí, a escribir un artículo, pues creo escribir algo
mejor que hablo, y a ayudar a encontrar a alguien que lo hiciese
mejor que yo. Pero sucedió algo sorprendente. Al llegar a casa y
ponerme a leer el periódico, me encontré en la famosa tercera de
ABC, un artículo del historiador Fernando
García de Cortazar en la que hablaba de la
raíces del cristianismo en las civilizaciones occidentales, y como
el movimiento laicista intentaba desarraigar nuestro origen.
Comentaba la obligación de todos, en luchar para que el espíritu
del Cristianismo, que las había inspirado, siguiese vivo en nuestra
cultura. Como el rayo que convirtió a Pablo de Tarso, si me
perdonáis la insolente comparación, comprendí la obligación que
tenemos todos, cada uno en la medida de sus posibilidades, de
colaborar con la Iglesia… y la Hermandad de la Virgen de la Salud
es parte de la Iglesia. Me pareció una buena oportunidad de ayudar
modestamente, aportando un pequeño grano de arena. Por eso, cuando
vinieron a casa Isabel,
nuestra Presidenta y Silvia Paloma
a hacerme oficialmente en nombre de la Hermandad la petición, no
solo no pude negarme, sino que acepté, con mi mayor agradecimiento
el honor de intentar sacar adelante este Pregón.
Y allí
empezaron mis problemas; de entrada me preocupó si debía decidirme
a leer el pregón (corriendo el riesgo de que se me notara demasiado
mi dislexia) o aprendérmelo de memoria, de la que tan poca tengo, y
que haría, con toda seguridad, que terminara diciendo lo que no
quería y olvidando lo que tenía pensado con mayor interés. Por si
faltara algo, mi hija María José al intentar animarme aún me lo
puso más difícil:
-“Ya
verás lo bien que te sale, pero para que no tengas problemas te
aconsejo que no hables de política ni de religión”
Le prometí
que por supuesto no pensaba meterme en nada de política… pero
¿cómo obviar la religión?
Veremos si
soy capaz de no meter demasiado la pata, con este híbrido que es
tener las cuartillas sobre el atril y levantar de vez en cuando la
mirada reuniendo ambos peligros: titubear y olvidar. Me encomendaré
a la Santísima Virgen de la Salud y que ¡Sea lo que Dios quiera! O
como dicen los taurófilos ¡Que Dios reparta suerte!
Así estoy
ahora aquí sin el menor mérito para ello. Habéis oído mi
currículum. Por él habéis podido deducir mi escasa categoría.
Cuando para presentar a una persona hay que hablar demasiado es que
no es suficientemente conocida. De los que son famosos basta decir el
nombre y los apellidos; a veces basta el nombre de pila o el podo y
todo el mundo sabe de quien se trata. Si yo fuese un pintor famoso,
un actor consagrado o un político que ha podido salvarse de la
corrupción, sobrarían las palabras y las loas. Porque si se
hubiera dicho, por ejemplo: va a hablar D.
Joaquín, todo el mundo sabría quien iba a
subir al estrado; nada más habría que añadir. No habría que
recordar todas la parroquias por las que había pasado, ni enumerar
sus viajes por medio mundo desde Italia a Estados Unidos y desde
Méjico a Ecuador, ni contar las iglesias que ha construido que para
si quisieran más de un arquitecto o enumerar sus éxitos
apostólicos… ¡todo hubiese sobrado!; Parecido hubiera sido si
hubiese citado al Tontino.
Todo el mundo sabría a quien se referían y si tenía una edad
cercana a la mía, le recordaría jovencito, atronando la empedrada
calle Mayor, erguido en elegante e inverosímil equilibrio sobre su
carro, con vocación de cuadriga, tirantes las riendas, obligando al
caballo al trote largo, sino a galope tendido, acompañado por aquel
inconfundible perrillo cuyo nombre he olvidado. No haría falta decir
más. Habréis visto que este no es mi caso, porque si he intentado
tantas cosas es que en ninguna he debido hacerlo demasiado bien. Eso
sí, habréis entendido que soy persona muy curiosa, con buena
voluntad, añado yo, y que se atreve con todo… a veces con
demasiada osadía, como demuestro hoy, poniéndome ante vosotros.
¡Perdonadme!
Y volviendo
al laicismo del que hablaba antes de esta necesaria justificación,
el primero que lo definió, y podemos leerlo bien claro en los santos
Evangelios, fue el propio Jesús: “A Dios lo que es de Dios y al
César, lo que es del César” Ni a Dios le interesa nada del César
ni el César debe aspirar a quedarse lo que no le corresponde. Pero
muchos sustituyen el laicismo por el anticlericalismo. Actitud que no
es política sino intelectual, pues existe en todo el arco de la
sociedad: ricos y pobres, analfabetos o autotitulados miembros del
mundo de la cultura, alumnos o profesores, miembros de la izquierda o
de la más extrema derecha. Son los que intentan desprestigiar a todo
lo que huela a religión y sobre todo a cristianismo. No necesitan
argumentos, solo ultrajar la moral cristiana, que por cierto, nunca
va contra el derecho natural y las virtudes cívicas que todo el
mundo debe aceptar. Los católicos hemos de convertirnos en un muro
que detenga en lo posible el éxito de estos lobby, que las más de
las veces defienden intereses espurios. Hemos de demostrar que el
humanismo cristiano, responsable de los mejores valores culturales de
occidente, no está reñido, sino todo lo contrario, con el
racionalismo y la ilustración liberal a la que debemos tantas
garantías sociales
¿Cómo
sería el mundo sin el catolicismo? Desde la muerte y resurrección
de Jesús el mundo entero se transformó. De ahora se dice que
estamos en un crisis sistémica porque cuando pase, que Dios quiera
que sea pronto, no volveremos a la situación anterior que será
sustituida por un nuevo sistema estructural. Pensad ¿qué cambio
produjo el Evangelio en las diversas sociedades en las que se iba
impregnando? Aquello sí fue una excepcional crisis sistémica. El
ojo por ojo se tornó en amor y perdón. ¡Que mutación más
hermosa! Enseñar a vencer el mal con el bien ¡Cuánto debemos a
Cristo, aún desde el plano humano! Y si se lo debemos a Él, ¿cuanto
protagonismo hemos de concederle a Santa María la Virgen, mediadora
de todas las gracias? No es de extrañar que se haga acreedora de mil
advocaciones, como deslumbrantes facetas del más bello diamante. Hoy
celebramos con toda devoción un acto de reconocimiento, de fe, de
mantenimiento de tradición y de loor, a nuestra Madre Niña, Virgen
de la Salud.
De todos
vosotros es conocido el origen de su veneración en nuestro pueblo,
perdida en las profundidades de los tiempos. Tomó otro nombre, mudó
de ubicación, fue cambiada su imagen, pero la milagrosa advocación
de la Virgen de la Salud no podía perderse, porque formaba parte
integral del alma de todos los alcantarilleros. Aún de los que no
hubiesen parado a pensar en ello, que no es preciso saber de la
existencia del corazón para que todos lo tengamos.
Agradezcamos
el esfuerzo de las personas que en todo tiempo se han afanado en
mantener el rescoldo sagrado del amor a nuestra Virgen. Son cientos
de ellos, pero yo me voy a centrar en aquellos que he conocido y de
cuya devoción por la Virgen de la Salud tengo conocimiento directo.
Quiero
recordar a mi buen amigo Fulgencio Pérez
Artero, impulsor de la construcción de la
ermita que en gran parte hizo a sus expensas. Puedo asegurar el
entusiasmo con el que acometió la obra, pues fui testigo de primera
mano ya que era Concejal de Cultura en la corporación en la que él
era Alcalde. Sé de las dificultades de todo orden que tuvo que
soslayar y la decisión con las que las sorteó. Problemas legales,
problemas económicos, e incluso técnicos, no fueron obstáculo
insalvable que disminuyeran su entusiasmo y su amor a nuestra
querida patrona, consiguiendo interesar en el proyecto desde el
Gobernador al Capitán General del Departamento Marítimo de
Cartagena. El resultado está ahí y es orgullo de la Hermandad y de
Alcantarilla como único Santuario Mariano de los alrededores.
También me
honró con su amistad Jesús Fernández
Sánchez, Jesús de Amador, ese hombre bueno,
en el más amplio sentido de la palabra. Desde la Presidencia, desde
cualquier puesto de la Hermandad o de fuera, se desvivió por ella y
por todos nosotros, sus amigos. Para él, hacernos un favor, era la
mayor de las satisfacciones.
Joaquina
Hernández Pérez, con su dulce constancia,
presionó a su marido en la construcción de la ermita y
posteriormente hizo realidad la bella capilla (magnífica obra de
Anastasio Martínez)
en la Parroquia de San Pedro. Allí queda plasmado su gran amor a la
Virgen Niña, Nuestra Señora la Virgen de la Salud. Tanto se puede
decir de ella, tan torpes e inexpresivas se hacen las palabras, que
más vale el recuerdo cariñoso y el agradecimiento profundo.
Finalmente
quiero recordar a Concepción González
Fernández, de Rubio, Chelo, ejemplo de madre
coraje, decidida colaboradora con la Iglesia y en cualquiera de sus
instituciones y que volcándose en Cáritas y nuestra Hermandad
demostró que el amor al prójimo está ligado tan inexcusablemente
al dedicado a Nuestra Señora, que pueden confundirse.
Para ellos
y todos los que han colaborado con nuestra Hermandad desde su
fundación hasta hoy y ahora nos faltan, os pido una oración y como
reconocimiento, un aplauso que llegue hasta el Cielo, desde el que
nos prestan su mejor ayuda.
Cuando a
nuestra Virgen se le asignó la advocación de la Salud, haciéndola
patrona de Alcantarilla, nos había librado de una de esas terribles
epidemias que, no diezmaban, sino que, en casos, dejaba la población
reducida a la mitad. Las grandes riadas del Segura y las más
peligrosas para Alcantarilla del Guadalentín, el famoso Reguerón
que ahora nos parece tan lejano, una de las cuales obligó a
trasladar el pueblo al lugar más elevado y menos peligroso que
ahora ocupa, dejaban cadáveres de hombres y animales que provocaban
espantosas epidemias. Las oraciones de los alcantarilleros a la
Virgen de la Salud se multiplicaban… y la Virgen iba respondiendo.
Epidemias tan desoladoras como la peste ateniense, la llamada de
Galeno que acabó con Marco Aurelio o la de viruela que arrasó Roma,
es difícil que llegaran a Alcantarilla. Pero sí llegaron, con toda
seguridad, las terribles de cólera de 1834 y 1884, la gripe española
de 1918, acompañando siempre a las endémicas de la zona: el
tracoma, tan extendido por todo el Mediterráneo y tifus, por poner
ejemplos seguros. Yo he visto desaparecer durante el tiempo de mi
ejercicio profesional además de estas dos últimas enfermedades, el
paludismo, la viruela, la parálisis infantil, la tuberculosis, el
tifus exantemático, la sarna y no pocas más. La Virgen ha tenido
que trabajar a destajo.
Seguramente
algunos estáis pensando que esas enfermedades las han resuelto los
hombres; los médicos, los farmacéuticos, los ATS y las enfermeras,
los investigadores y los laboratorios que hicieron medicamentos
prodigiosos. Yo también lo acepto con agradecimiento, pero ¿Estáis
seguros que solos? Cuando el Doctor Fleming
se encontró contaminada la placa de petri en la que tenía la
siembra bacteriana, ¿qué hubiese sucedido si, como hubiésemos
hecho la mayoría de los que estamos aquí, la hubiese tirado al cubo
de los desperdicios a reciclar?.. y además, quejándonos amargamente
de nuestra mala suerte. Pero no. El doctor miró curioso el halo que
había en derredor de las hifas y las esporas del hongo contaminante
y vio que allí no habían crecido las bacterias. Seguramente nadie
recuerda cual era la bacteria sembrada pero todos sabemos cual era el
hongo contaminante: el penicillium. No es difícil imaginar, que tras
el investigador (cara contraída de perplejidad y los ojos
escudriñadoramente entornados) estaba Nuestra Señora, la Virgen
Niña de la Salud, susurrándole suavemente a su oído: “No tires
eso, guárdalo e investiga, que ahí ha sucedido algo muy
interesante”. Y eso hizo. Él y sus colaboradores estudiaron a
fondo el hecho y hoy tenemos la penicilina y consecuentemente
infinidad de antibióticos que han cambiado el panorama sanitario
mundial, salvando millones de vidas. En la inspiración, que es la
última responsable de importantes los logros de la humanidad, hay
siempre un indudable soplo divino.
Así fueron
resolviéndose epidemias horrorosas que asolaron a nuestros
antepasados. Pero, desaparecidas aquellas, tenemos que seguir
pidiendo a nuestra Patrona por otras extendidas ínmisericordemente.
Y no me refiero solo al sida, al cáncer, a las casi infinitas
producidas por los virus mutantes o ese ahora tan amenazante y
llamado Ébola . No hablo de esas enfermedades raras que tantos
estragos producen. Vamos a dejar la solución global de esos males a
los hombres y recurramos a nuestra Virgen para los casos concretos e
individuales. Ahora me refiero a otras enfermedades debidas a un
germen común, excesivamente extendido: el egoísmo mezquino que
todos tenemos dentro más o menos arraigado.
Si no fuera
porque os he prometido diversión para estos días, aunque yo haya
colaborado poco, me extendería en hablar de la corrupción y su
derivada el paro y, sobre todo, de la lacra del aborto del que no me
perdonaría hacer al menos una somera referencia. Porque para
condenarlo no es precisa la moral cristiana ya que se trata de un
asunto de simple biología y si acaso, de moral natural. Por eso os
pido que en vuestras oraciones a nuestra Señora, incluyáis que
ilumine las mentes de todos (los que legislan y los que deben cumplir
las leyes) y podamos ver que, como aquellas enfermedades que parecían
sin solución, esas nuevas, pasen pronto a ser hechos solo para ser
estudiados en los libros de historia, como ahora lo son los
lanzamientos desde el monte Taigeto o los planes de purificación de
la raza aria.
Y ya debo
terminar, pero no sin antes agradecer vuestra paciencia,
permaneciendo en vuestras butacas hasta el final. No os sonriáis. No
hablo a humo de pajas; tengo experiencia. Hace algún tiempo di una
conferencia en el Casino de Murcia. Media hora antes el salón estaba
a rebosar. Me extrañó porque no habíamos hecho publicidad pero
pensé, pecando de vanidad, que mi sola fama había congregado tanto
público. Un cuarto de hora antes de la hora se me acercó un señor
que estaba en la primera fila y me preguntó
- ¿A qué
hora empieza el partido?
- Yo sorprendido le pregunté ¿cuál?. Me dijo que el Madrid-Barsa. ¿Esa pantalla no es para ver el partido?
Yo le
expliqué que era porque pensaba proyectar unas diapositivas que
ilustraran la interesante conferencia que iba a dar sobre “El
Correo y el inicio de la filatelia”. Me agradeció mi información,
se sentó en su asiento y cuchicheó con su vecino. Este hizo lo
propio con el suyo y en pocos minutos la sala era un guiruigay. Y no
fue eso lo peor. Empezaron a salir disimuladamente, quienes mirando
al techo, quienes a la punta de sus zapatos y en breves minutos solo
quedaron mi familia, tres amigos y, con cara de póker, el señor que
me pidió la información y que, seguramente, por educación decidió
quedarse. Dos cosas aprendí ese día: que no deben programarse las
conferencias en día y hora en que juega el Real Madrid contra el
Fútbol Club Barcelona y que se debe agradecer a las personas que se
han mantenido fieles al conferenciante. Eso es lo que os manifiesto
muy afectuosamente.
Precisamente
por ello no debo abusar, así que termino saludando a nuestra Virgen
de la Salud aquí representada.
Salve,
Regina. Reina de la Iglesia y reina nuestra.
Nuestro amor coronado de estrellas. ¡Dios te salve!
Mater
misericordiae, madre que no te cansas de
mostrar tu piedad exquisita a cuantos acuden a ti. Madre de manos
generosas y corazón caritativo. No nos abandones
Vita,
dulcedo, spes nostra. Eres nuestra vida y
nuestra esperanza que descansa en la inmensa dulzura de tu corazón.
Llena de gracia.
¡Salve!
O
clemens, o pia, o dulcis Virgo María. ¡Oh
Virgen querida de la Salud, la más misericordiosa! Tu que nos amas
tan profundamente que nadie ha igualado tu generosidad, el Señor
está contigo. Virgen Niña que nunca has olvidado a quien ha
recurrido a Ti. ¡Salve!
Y
ahora os pido que, a la que todo merece, representada por nuestro
estandarte, le dediquemos un caluroso aplauso a modo de oración.
¡Viva
Nuestra Madre Niña, Virgen de la Salud!
José Antonio Caride de Liñán.
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