martes, enero 21, 2014
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FALSIFICACIONES

Ahora que se ha publicado la detención de un sujeto por la magnífica falsificación manual de billetes de 20 y 50 euros, me viene a la memoria la historia de la primera falsificación de sellos de correos.

Como es sabido los sellos para franquear la correspondencia se inventaron en Inglaterra y allí empezaron a circular a partir del 6 de mayo de 1840. Hasta entonces el correo era pagado por el receptor y el importe estaba en función de la distancia recorrida por la carta. La frecuencia con la que se rehusaba la correspondencia producía grandes pérdidas a los Correos de todo el mudo y el nuevo sistema intentaba resolver el problema.


Casi diez años después de la puesta en circulación del famoso ONE PENNY negro, precisamente el 1 de enero de 1850, empezaron a usarse en España los sellos para el correo.


Hasta ese momento a nadie, en todo el mundo, se le había ocurrido falsificarlos, a pesar de estar usándose algunos años en Suiza, Brasil y Estados Unidos, primeros países que adoptaron el nuevo sistema de franqueo.

Como es natural no podía evitarse que fuera en España el primer sitio en el que se falsificaran, cabiéndonos a los murcianos el dudoso honor de haber sido en un una imprenta de Murcia; la de un tal Vicente Pastor. El impresor no era murciano, era alicantino y se llamaba Francisco Javier Martínez y de apodo “El Ballena”. No tardaron en montar el negocio, ya que el 2 de abril (solo habían pasado 60 días del nuevo sistema) se interceptaron en Orihuela tres cartas con el sello falso.

Intervino la policía y en pocos días se detuvo a “los artistas” y además, a un cartero que se llamaba Francisco Gomís, al que “El Ballena” había dirigido una carta franqueada con un sello de los que él hacía. Juzgados, se les condenó a cinco años de cárcel y 500 duros (2.500 ptas., esto es unos 15 euros) de multa. De la trena se libró el cartero mediante el pago de la correspondiente fianza, aunque por supuesto nunca más pudo trabajar en el cuerpo de Correos.

Todos los sellos incautados, así como las cartas fueron quemadas y solo se salvó uno que se cosió al expediente y que es una de las piezas más cotizadas de la filatelia mundial.

Aparte de otras falsificaciones de moneda efectuadas en Murcia, cabe destacar la importantísima abortada en diciembre de 2011, que se dice era la más importante del mundo y con base en Beniaján, en una fábrica de conservas.

Con todo, la más curiosa falsificación no fue tal, sino una suplantación. Me refiero a los famosos duros cantorales.

Lo normal cuando un ayuntamiento se encuentra sin fondos, es recurrir a vales, pagarés o billetes emitidos sin la mínima garantía, como hicieron durante la guerra civil muchos ayuntamientos en la zona republicana. No es normal lo que hizo el gobierno cantonal murciano de fabricar monedas de plata, de mayor calidad, tamaño y peso que las de curso legal. Es un detalle de increíble honradez.

Los varios falsificadores de moneda que estaban presos en el Penal de Cartagena fueron puestos en libertad con la condición de colaborar en la confección de la nueva moneda. Así se hizo,con plata de Mazarrón, empleada sin restricción, ya que la ley fue de 925 milésimas, cuando los duros de curso legal solo tenían 900 y un peso en la moneda cantonal de 26 a 28 gramos, frente a los 25 de la moneda confeccionada por la Casa de la Moneda.

Se hicieron 150.000 monedas de dos tipos, cinco pesetas y veinte reales. Las inscripciones eran, en el reverso “CARTAGENA SITIADA POR LOS CENTRALISTAS”, “SEPTIEMBRE”, “1873” y en anverso, en unos “REVOLUCION CANTONAL”, “CINCO PESETAS” y en los otros ¡REVOLUCIÓN CANTONAL”, “VEINTE REALES”.

Así, con estas monedas de cinco y dos cincuenta pesetas, más todo lo que rapiñaban en sus salidas (la flota de Cartagena “trabajó” a destajo) los compañeros de Tonete Gálvez, consiguieron aguantar algún tiempo más el cerco de las fuerzas centralistas.


La habilidad de los murcianos para la falsificación debe interpretarse solo como una faceta más de la que tenemos para cualquier aspecto de la vida. ¿Estamos de acuerdo?



José Antonio Caride de Liñán.


Editado por la Redacción.

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