sábado, diciembre 21, 2013
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LA PIEDRA FILOSOFAL


Mis padres convivieron con todas esas enfermedades epidémicas y yo, hasta hace bien poco, con algunas. El agua corriente, el alcantarillado y la mejor higiene, mientras eliminaban las moscas y mosquitos que casi ocultaban el propio sol, han hecho el resto.
En 1856, Don Miguel Cabanellas, posiblemente padre de Virgilio y por lo tanto abuelo del famoso General Cabanellas, el republicano y masón que fue Presidente de la Junta de Defensa y que, en 1936, nombró a Francisco Franco Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejercitos, publicó un folleto que tengo en mis manos.
El camino de la imaginación nos puede llegar a inesperados destinos. Podemos encontrarnos con descubrimientos sorprendentes o topar con los más ridículos fracasos. Aunque lo más probable es que si así es, el “pensante” siga seguro de haber llegado a la solución del más enrevesado de los problemas.

Lo tituló, “La Ventura de Cartagena” y en él defendía con entusiasmo la razón por la que el cólera morbo, en su opinión, la había respetado.

 En el cólera de 1855 la zona de  Cartagena fue respetada por
 la epidemia, pero difícilmente puede achacarse a la presencia

 del plomo,  cuando  la zona de  Sierra  Morena, en la zona de

 Jaén, también muy rica en él, si fue infectada

Repasa en un estilo florido, casi flamígero, las epidemias de 1834 y 1855, además del caso aislado que sucedió un año antes. Para iniciar su argumentación aclara que se limita a estudiar los hechos de Cartagena y su entorno para deducir porqué las epidemias no han “ejercido su pernicioso influjo del mal, que en 1854, tantas víctimas produgera y si de mis razones, ninguna se presentase favorable al fin que repropongo, seguro es, que nadie más que yo habrá perdido; quedándonos desgraciadamente, en la más triste incertidumbre. Si al contrario alguno de los mereméritos Profesores que ecsisten, y que ignoran ciertos pormenores particulares de este país, lograse con los datos que presento algunos adelantos a la ciencia, ¡cuanta no fuera su gloria, y cuanto tendría que agradecerle la humanidad!!! Plegue al cielo concederme la ventura de saber que no ha sido estéril mi trabajo”(sic). 


Repasa como llegaron las epidemias y como se defendió de ellas la ciudad departamental. La de 1834 que se extendió por toda España y en Cartagena, a pesar del establecimiento de un riguroso cordón sanitario llevó a la tumba cerca de mil cartageneros.


En 1854, solo hubo un caso que trajo de Murcia D. Mariano Norte, que quedó confinado en su casa con cinco personas de su familia, dos facultativos, un sacerdote y un sangrador. Murió D. Mariano en pocas horas, pero ninguno de los que le acompañaron se contagió. No hubo más casos en el contorno.


El cólera que apareció en toda España en 1855 invadió Madrid expandiéndose a través de la Mancha a Murcia. La mortandad fue espantosa. Cuatro meses después, Cartagena que sigue libre de la epidemia, establece un severo cordón que incluía los pueblos extramuros. No obstante todos convivieron con viajeros llegados de zonas infectadas e incluso llegaron una cuerda de presos con el cólera que hasta habían dejado por el camino un muerto en Hellín, otro en Ciezar (sic) y seis enfermos hospitalizados en Murcia mientras que los llegados a Cartagena, tras quince días de cuarentena en el Castillo de la Atalaya bajaron todos sanos al centro de la ciudad.


A qué podrá deberse, se pregunta el Sr. Cabanellas, que ninguno de los 471 vecinos de San Antón, los 480 de Santa Lucía, los 440 de Alumbres, 300 de Garbanzal, 120 de Algar, los 100 de Herrerías y los cerca de 9.000 trabajadores de las minas y fábricas cogiese el “terrible hijo del Ganges” a pesar de que no pocos segadores volvieron de la Mancha infectados, mezclándose con sus paisanos. Y encuentra una explicación, ya que el cordón sanitario no había sido suficiente en otras oportunidades.


Conocedor de la eficaces fumigaciones que se hicieron en toda España por orden del Gobierno en agosto de 1805 con motivo de la terrible plaga de la fiebre amarilla y que solo en Cartagena había producido 30.000 víctimas, dedujo que los productos químicos que se respiraban en la zona, eran responsables de la dificultad del contagio. Así que teniendo por entonces aquella zona 40 fábricas de fundición y 89 hornos en constante combustión, lanzando al aire humos llenos de azufre, ácido carbónico, arsénico, mercurio e hidrógeno carbonado la desinfección del ambiente debía ser completa. El mismo autor se pregunta: ¿Cuan grande no es la acción del óxido mineral de manganesa atacado por el ácido sulfúrico? Así que la polución que ahora tanto se persigue, entonces, y que arrastrada, según dice, por los vientos terrales, que debía ser importantísima, tenía que ser la responsable de la inmunidad de los cartageneros.


Para reforzar su argumento transcribe un párrafo de una carta del director de una fundición de Marsella y que refiriéndose a los cartageneros decía: Que bueno sería que escaparen ustedes del cólera. Yo apostaría, a que ningún punto plomizo toca la epidemia. En mi fábrica no ha habido ni un solo colérico; con que así, diga usted a sus conciudadanos que no son la bayonetas, ni el cordón sanitario quienes los liberta: que es el plomo; ese metal sublime el que los salva.


Invita a “los infinitos inteligentes y estudiosos profesores”, a seguir investigando sobre el asunto que propone, sin que tengamos constancia de que se siguiera esa línea de investigación, realmente curiosa si los datos que aporta son verdaderos.


Aún habría que esperar hasta 1884 para que Koch descubriese el “vibrión colérico” en las heces de los enfermos y en un pantano de la India, abriendo el camino de la casi desaparición paulatina de la enfermedad, que durante milenios eliminó millones de seres en todo el mundo.

En los pocos lustros que van desde finales del siglo XIX hasta la mitad del pasado, decenas de terribles enfermedades han quedado eliminadas en gran parte del mundo y entre ellos Murcia: la fiebre amarilla, el tifus, el tracoma, la fiebre de malta, la tuberculosis, la sarna, la poliomielitis, el paludismo, el cólera… La acción conjunta de médicos, farmacéuticos, veterinarios y por supuesto la mejoría de la situación sanitaria ha hecho lo que hubiese parecido un milagro poco tiempo antes. 


Menos mal que no se nos ha obligado a respirar el aire contaminado que proponía el bueno de Don Miguel Cabanellas como solución definitiva para evitar enfermedades.



José Antonio Caride de Liñán.
  
Editado por: La Redacción.

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