CAPÍTULO IV
EVOLUCIÓN DE LA FARMACIA
Y
LA BOTICA DEL MUSEO DE LA HUERTA
Todo
el material que compone el fondo de la sala que el Museo Etnológico
de la Huerta tiene reservada a la farmacia, corresponde precisamente
al tiempo en el que olvidada la alquimia e incluso lo que podríamos
llamar farmacia arcaica (vegetal, mineral o animal) incluidas las
sanguijuelas, de infausto recuerdo, se iniciaba una nueva manera de
hacer farmacia. Ya había pasado el tiempo del “similia similitu
curantur” y se iniciaba el de las fórmulas magistrales que por ser
de uso corriente se hacían, a veces, en serie y se proporcionaban a los
compañeros de un modo standard (en dosis y envase). Así se
iniciaba sí la industria farmacéutica.
Aún
se utilizaba la retorta, el alambique y la desti-lación, pero la
mayoría de los principios activos se obtenían preparados para su
uso inmediato. Coexistían los medicamentos confeccionados en la
propia farmacia y los que provenían de la incipiente industria
farmacéutica, inicialmente muy artesanal y la mayor parte de la cual
utilizaba las reboticas con responsabilidad individual. Así, muchas
espe-cialidades testimonian fehacientemente estar confeccionados en
una rebotica: “Laboratorio de la farmacia de J. G. Espinar
en Sevilla” o “Farmacia y Laboratorio de S. Aragón en
Águilas”. Encontramos medicamentos fabricados por el Dr. Amorós
en Alcoy y J. Basilio en Cartagena o en Jaén en el
Laboratorio Lumen por M. Garrido y M. Yuca. Encontramos
medicamentos de laboratorios ya hace muchos años desaparecidos por
el fallecimiento de sus fabricantes, los dueños de las boticas, como
Medina Montoya en Málaga, E. Fernández Martínez en
Granada, J. Segura en Alicante o del Dr. D. Emilio
Alcobilla en Madrid. En Murcia, en la farmacia que estuvo en la
calle Calderón de la Barca, tras el Banco de España, José
Antonio Sánchez, padre y abuelo de farmacéuticos, fabricaba
también medicamentos que encontramos en nuestro museo.
A
finales del s. XIX y principio del XX eran bastantes los medicamentos
que se importaban del extranjero o se fabricaban en España bajo
patente. Así encontramos especialidades del “Laboratorio Clin de París” (20
Rue des Fosses St. Jacques), del “Laboratoires Pharmaceutiques
Dausse” del 4 de la Rue Aubliot de París, del “Adrian” (9 et
11, Rue de la Perle, París) o el “Lab. Pharmaceutique Corbière”
que también estaba en París en la calle Desrenaudes 27, o el Pisa
el Laboratorio de “F. Baldacci”.
Pero
del mismo modo encontramos medicamentos de laboratorios que perduran,
como “Torres Muñoz” y por supuesto de las estrellas del
firmamento farmacéutico mundial: “Merck”, “Roche”, “Bayer”
o el español “Ibys”.
Este
abundante material farmacéutico que integra el conjunto,
difícilmente puede encontrarse en la cantidad y variedad del que se
ve en la sala. Proviene de en su mayoría de la antigua farmacia y
Almacén de especialidades que tenía en Alcantarilla el Dr.
Rafael Moreno de Linart. y compone una colección que puede dar
la idea de lo que se tenía hace un siglo en una botica y cuanto se
hacía en ella. También algunos son de las farmacias de Garcia
Estañ de El Palmar y de Llorca en la Plaza de Camachos.
Los medicamentos que vemos están fabricados en un tiempo que empieza de
finales del s. XIX y terminan a mitad del siglo pasado. Las cajas de
medicamentos, decoradas con sugerentes dibujos y curiosos textos,
inevitablemente nos llevan a otros tiempos; en los inyectables se
patentiza que las ampollas son estériles y cerradas a la lámpara,
esto es, llenadas y tratadas manualmente y una a una. Algunas con
nombres tan curiosos o sugerentes como: “Yodo tánico Dansse a la tormentilla”,
“Histógeno Llopis”, “Antisárnico Puerto” o tan inolvidables
como “Yodarsolo”, o productos químico-farmacéuticos: “Aceite
alcanforado” “Salicilato de bismuto”, “Citrato de magnesia”
o “Hiposulfín ascórbico” o el inolvidable “Piramidón”.
Ningún medicamento, por cierto, con fecha de caducidad ni de
fabricación.
El
total de envases de medicamentos distribuidos en cuatro armarios es
926.
Pero en la sonrisa que pueda despertar la contemplación de este
material, debe ir el reconocimiento de que durante el tiempo de
utilización de estos medicamentos se borró del mapa sanitario
español toda una serie de enfermedades congénitas y que diezmaban
nuestra huerta y nuestro campo y que concrétamente, en el casco de Murcia, entre el reinado de Carlos III y el final de la
Guerra de la Independencia, se perdiese nada menos que el 30 % de sus
habitantes.
Como
prueba transcribo la evolución de algunas enfermedades en España,
según han publicado Barciela, Carreras y Tafunell con
indicación del número casos registrados por 100.000 habitantes durante la mitad del pasado siglo. Puede verse
en este cuadro:
Enfermedad
|
año
1930
|
año
1960
|
Tuberculosis
|
187
|
30
|
Gripe,
neumonía, bronquitis
|
352
|
124
|
Diarreas,
gastroenteritis
|
572
|
34
|
Enfermedades
maternales
|
19
|
3
|
Enfermedades
de la infancia
|
182
|
107
|
Enfermedades
parasitarias
|
195
|
37
|
Tumores
|
97
|
132
|
Enfermedades
cardiovasculares
|
367
|
278
|
Enfermedades
degenerativas
|
108
|
74
|
Accidentes
o muerte violentas
|
63
|
60
|
Es espectacular la evolución de las enfermedades diarreicas y parasitarias pero aún esta cifras abrirían una mayor brecha si hubiésemos arrancado
la estadística del s. XIX (época de la que provienen algunos de los
medicamentos que se exponen en el museo) y si se hubiese reducido
el estudio a Murcia y sus propias patologías. La incidencia de enfermedades
endémicas en la huerta de Murcia como la anquilomatosis, la
tuberculosis, el tracoma, la sarna, la malaria (de una manera
especial el paludismo terciano) las fiebres de malta o el tifus, en
todas sus variantes, era asombrosa. Muy pocos murcianos se libraban
de estas enfermedades que eran la causa de la inmensa mayoría de las
muertes, a pesar de la inmunidad que a muchas tenía una gran parte de la población.
Otro capítulo importante del fondo museístico lo componen los productos galénicos. Casi todos los que encontramos en el Museo son
de la segunda mitad del s. XIX, y de inicios del s. XX, muchos
de ellos tan llenos perfume poético como: “El bálsamo de
Fiorabanti”, el “Crémor Tártaro”, la “Cáscara Sagrada”,
la “Creosota”, el “Alcohol de Melisa”, el “Extracto fluido
de Árnica Montana”, la “Tintura de Combretum” o el “Extracto
seco de Abrótano Macho”. El “jarabe de brea”, “Ratania”,
“Almizcle”, “Turbit mineral”, “Extracto fluido de cinco
raíces” o “Esencia de Niaulí”. ¡Cuanta farmacia, cuantas
historias! ¡Si cada frasco pudiera contar las circunstancias en las
que fue bajado de la estantería y destapado para hacer una fórmula
con la que aliviar el dolor o curar una enfermedad! Algunas de las
“fórmulas” ya terminadas y que se encuentran en el museo llevan
la indicación de nombres registrados: Anestesina (cocaina con eter
etilenamido benzoico), Aristol (biyoduro de timol), Validol, Rivanol,
Salol… El total de productos galénicos es 750, la mayoría de la
farmacia Garcia Estañ y Moreno no faltando de la de Llorca.
José Antonio Caride de Liñán.
Editado por: La Redacción.
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