sábado, abril 26, 2014
0
CAPÍTULO IV
EVOLUCIÓN DE LA FARMACIA
Y
LA BOTICA DEL MUSEO DE LA HUERTA

Todo el material que compone el fondo de la sala que el Museo Etnológico de la Huerta tiene reservada a la farmacia, corresponde precisamente al tiempo en el que olvidada la alquimia e incluso lo que podríamos llamar farmacia arcaica (vegetal, mineral o animal) incluidas las sanguijuelas, de infausto recuerdo,  se iniciaba una nueva manera de hacer farmacia. Ya había pasado el tiempo del “similia similitu curantur” y se iniciaba el de las fórmulas magistrales que por ser de uso corriente se hacían, a veces, en serie y se proporcionaban a los compañeros de un modo standard (en dosis y envase). Así se iniciaba sí la industria farmacéutica.

Aún se utilizaba la retorta, el alambique y la desti-lación, pero la mayoría de los principios activos se obtenían preparados para su uso inmediato. Coexistían los medicamentos confeccionados en la propia farmacia y los que provenían de la incipiente industria farmacéutica, inicialmente muy artesanal y la mayor parte de la cual utilizaba las reboticas con responsabilidad individual. Así, muchas espe-cialidades testimonian fehacientemente estar confeccionados en una rebotica: “Laboratorio de la farmacia de J. G. Espinar en Sevilla” o “Farmacia y Laboratorio de S. Aragón en Águilas”. Encontramos medicamentos fabricados por el Dr. Amorós en Alcoy y J. Basilio en Cartagena o en Jaén en el Laboratorio Lumen por M. Garrido y M. Yuca. Encontramos medicamentos de laboratorios ya hace muchos años desaparecidos por el fallecimiento de sus fabricantes, los dueños de las boticas, como Medina Montoya en Málaga, E. Fernández Martínez en Granada, J. Segura en Alicante o del Dr. D. Emilio Alcobilla en Madrid. En Murcia, en la farmacia que estuvo en la calle Calderón de la Barca, tras el Banco de España, José Antonio Sánchez, padre y abuelo de farmacéuticos, fabricaba también medicamentos que encontramos en nuestro museo.

A finales del s. XIX y principio del XX eran bastantes los medicamentos que se importaban del extranjero o se fabricaban en España bajo patente. Así encontramos especialidades del “Laboratorio Clin de París” (20 Rue des Fosses St. Jacques), del “Laboratoires Pharmaceutiques Dausse” del 4 de la Rue Aubliot de París, del “Adrian” (9 et 11, Rue de la Perle, París) o el “Lab. Pharmaceutique Corbière” que también estaba en París en la calle Desrenaudes 27, o el Pisa el Laboratorio de “F. Baldacci”.

Pero del mismo modo encontramos medicamentos de laboratorios que perduran, como “Torres Muñoz” y por supuesto de las estrellas del firmamento farmacéutico mundial: “Merck”, “Roche”, “Bayer” o el español “Ibys”.

Este abundante material farmacéutico que integra el conjunto, difícilmente puede encontrarse en la cantidad y variedad del que se ve en la sala. Proviene de en su mayoría de la antigua farmacia y Almacén de especialidades que tenía en Alcantarilla el Dr. Rafael Moreno de Linart. y compone una colección que puede dar la idea de lo que se tenía hace un siglo en una botica y cuanto se hacía en ella. También algunos son de las farmacias de Garcia Estañ de El Palmar y de Llorca en la Plaza de Camachos. Los medicamentos que vemos están fabricados en un tiempo que empieza de finales del s. XIX y terminan a mitad del siglo pasado. Las cajas de medicamentos, decoradas con sugerentes dibujos y curiosos textos, inevitablemente nos llevan a otros tiempos; en los inyectables se patentiza que las ampollas son estériles y cerradas a la lámpara, esto es, llenadas y tratadas manualmente y una a una. Algunas con nombres tan curiosos o sugerentes como: “Yodo tánico Dansse a la tormentilla”, “Histógeno Llopis”, “Antisárnico Puerto” o tan inolvidables como “Yodarsolo”, o productos químico-farmacéuticos: “Aceite alcanforado” “Salicilato de bismuto”, “Citrato de magnesia” o “Hiposulfín ascórbico” o el inolvidable “Piramidón”. Ningún medicamento, por cierto, con fecha de caducidad ni de fabricación.

El total de envases de medicamentos distribuidos en cuatro armarios es 926.

Pero en la sonrisa que pueda despertar la contemplación de este material, debe ir el reconocimiento de que durante el tiempo de utilización de estos medicamentos se borró del mapa sanitario español toda una serie de enfermedades congénitas y que diezmaban nuestra huerta y nuestro campo y que concrétamente, en el casco de Murcia, entre el reinado de Carlos III y el final de la Guerra de la Independencia, se perdiese nada menos que el 30 % de sus habitantes.

Como prueba transcribo la evolución de algunas enfermedades en España, según han publicado Barciela, Carreras y Tafunell con indicación del número casos registrados por 100.000 habitantes durante la mitad del pasado siglo. Puede verse en este cuadro:

Enfermedad
año 1930
año 1960
Tuberculosis
187
30
Gripe, neumonía, bronquitis
352
124
Diarreas, gastroenteritis
572
34
Enfermedades maternales
19
3
Enfermedades de la infancia
182
107
Enfermedades parasitarias
195
37
Tumores
97
132
Enfermedades cardiovasculares
367
278
Enfermedades degenerativas
108
74
Accidentes o muerte violentas
63
60


Es espectacular la evolución de las enfermedades diarreicas y parasitarias pero aún esta cifras abrirían una mayor brecha si hubiésemos arrancado la estadística del s. XIX (época de la que provienen algunos de los medicamentos que se exponen en el museo) y si se hubiese reducido el estudio a Murcia y sus propias patologías. La incidencia de enfermedades endémicas en la huerta de Murcia como la anquilomatosis, la tuberculosis, el tracoma, la sarna, la malaria (de una manera especial el paludismo terciano) las fiebres de malta o el tifus, en todas sus variantes, era asombrosa. Muy pocos murcianos se libraban de estas enfermedades que eran la causa de la inmensa mayoría de las muertes, a pesar de la inmunidad que a muchas tenía una gran parte de la población.

Otro capítulo importante del fondo museístico lo componen los productos galénicos. Casi todos los que encontramos en el Museo son de la segunda mitad del s. XIX, y  de inicios del s. XX, muchos de ellos tan llenos perfume poético como: “El bálsamo de Fiorabanti”, el “Crémor Tártaro”, la “Cáscara Sagrada”, la “Creosota”, el “Alcohol de Melisa”, el “Extracto fluido de Árnica Montana”, la “Tintura de Combretum” o el “Extracto seco de Abrótano Macho”. El “jarabe de brea”, “Ratania”, “Almizcle”, “Turbit mineral”, “Extracto fluido de cinco raíces” o “Esencia de Niaulí”. ¡Cuanta farmacia, cuantas historias! ¡Si cada frasco pudiera contar las circunstancias en las que fue bajado de la estantería y destapado para hacer una fórmula con la que aliviar el dolor o curar una enfermedad! Algunas de las “fórmulas” ya terminadas y que se encuentran en el museo llevan la indicación de nombres registrados: Anestesina (cocaina con eter etilenamido benzoico), Aristol (biyoduro de timol), Validol, Rivanol, Salol… El total de productos galénicos es 750, la mayoría de la farmacia Garcia Estañ y Moreno no faltando de la de Llorca.



José Antonio Caride de Liñán.
  
Editado por: La Redacción.


0 comentarios:

Publicar un comentario